DICKY

viernes, 4 de julio de 2008


--Y un día llegaron las ratas.
--Hasta entonces nada había perturbado la paz del gallinero. Todas las gallinas comían tranquilamente durante las mañanas y las tardes, rascaban el suelo libremente y en todos los rincones del lugar, y antes de que el sol retirara su luz de aquellas cosas, se agrupaban bajo la sombra fresca de las chapas, sobre los palos de escoba, y rebuscaban alegremente con sus picos, entre sus plumas infladas, hasta que la quietud llegaba y se dormían. El Dicky tenía su cucha junto a la puerta del gallinero, bajo un alto laurel que lo protegía del sol. Dormitaba allí la mayor parte del día o correteaba por el fondo de la casa y por el parque, persiguiendo mariposas, ladrándole a los gorriones insolentes que saltaban de árbol en árbol, o, sino intentaba morder su propia cola, girando sobre si mismo, agotándose, tomando agua del tacho y echándose otra vez a la sombra del laurel. No era un perro muy grande, en realidad, hacía muy poco tiempo que había dejado de ser un cachorro, y estaba muy contento con el nuevo color té con leche que estaba tomando su pelaje, eran pelos largos, despeinados y rebeldes. Además era feliz porque estaba muy de novio con la perrita de un señor amigo de su amo, ella se llamaba Pachi y tenía unos ojos negros grandotes y brillosos. Se encontraban en la plaza de Témperley, cuando sus amos los sacaban a pasear, y mientras aquellos conversaban, Dicky y Pachi se hacían arrumacos junto a la calesita, o corrían alrededor de la arboleda de plátanos que bordeaba la plaza. Y esto lo hacían todos los sábados, y a veces también los miércoles. Y Dicky esperaba ansioso estos días. Pero, desde que llegaron las ratas eso cambió mucho, dado que su amo tuvo que dejarlo a cuidado del gallinero y salir solo, recomendándole que estuviera atento y que no se moviera de la cucha, ni corriera mariposas, ni se distrajera con los gorriones, y que dejara de jugar con su cola. Y de todo esto, lo que verdaderamente puso muy triste a Dicky fue no poder ver mas a Pachi.
--Las ratas no lo dejaban dormir bien. Pasaba la noche en tensión, y si escuchaba un ruido o le parecía haberlo escuchado, salía disparado de la cucha y entraba al gallinero por la puerta trampa que su amo había preparado, y, en la oscuridad, corría buscando a su enemigo, rugiendo y ladrando, despertando a todas las gallinas, y a veces a su amo, que salía de la casa con una linterna y entraba también al oscuro gallinero.
--Pasaron días así, hasta que una mañana una de las gallinas faltó, y su amo se enojó mucho y no le dio de comer. Y el Dicky se juró cazar una de aquellas ratas, aquellos enemigos a los que aún no había podido conocer.
--Una tarde, mientras intentaba comer un hueso rechupado de los que su amo de vez en vez ahora le entregaba, una gallina se acercó al tejido y le habló. Era Yelsomina. Yelsomina era la gallinita más joven del gallinero, y además, la más flaca. Era muy fea, y sus plumas coloradas eran muy pálidas, de un color marrón indefinido. Dicky le tenía mucho cariño, y ninguno de los gallos quiso estar con ella más de unos momentos, ya que los otros comenzaban a bromear y a molestar con sus groserías. Los gallitos, cuando se ponían a conversar mal de alguien, solían ser muy crueles.
__Hola- le dijo Yelsomina.
__! Qué hacés, Yelsomina¡ -contestó Dicky, tragando un poco su saliva con gusto a hueso. El perro siguió comiendo. La gallinita lo miraba, y en la mirada refulgían lágrimas contenidas. Dándose cuenta, Dicky le preguntó: -- ¿Por qué estás tan triste? Y como Yelsomina no respondiera, dejando el hueso Dicky dijo: ---
__Pero... Estás llorando!
__ Y efectivamente llorando ahora, Yelsomina explicó angustiada:
__Me enamoré de uno de ellos...
__ ¡ Cómo me enamoré de uno de ellos!, ¿ De quién?
__¡ De una rata..!
--Sorprendido, sin entender muy bien, Dicky escuchó el relato de Yelsomina, de cuando Llamilo-la rata- la había encontrado cerca de uno de los rincones del gallinero, que se quedó mirándola, y ella estaba muerta de miedo, y él, después de un momento, giró y desapareció por un agujero en la tierra. Y ella había pensado mucho en él desde ese día, y había vuelto al lugar, y Llamilo también, y se habían quedado mirándose, en silencio, conversando con los ojos, hasta que él volvía a girar y a desaparecer. Así hasta la noche pasada.
__ ¿Y qué pasó anoche? –preguntó Dicky.
__ Me dijo que me quería, y yo me dí cuenta que también lo quiero.
--Sin saber por qué Dicky recordó a Pachi y se sintió muy mal, bajó sus ojos color café y luego, volviendo a mirarla, dijo:
__Yo sé como te sentís.

2

--Llamilo y Dicky se hicieron muy amigos. Al principio, Llamilo tenía mucho miedo del perro, pero Yelsomina lo convenció de que era su único amigo en el gallinero, y entonces Llamilo aceptó conocerlo.
--Al ver a Llamilo, Dicky pensó que las ratas eran realmente horribles, Llamilo tenía una nariz rosada, inmensa, unos bigotes largos y buscones, su pelo era gris y con manchas oscuras, y la cola era muy larga a comparación del cuerpo.
__ ¿Para que sirve tu cola?—le preguntó Dicky sin disimular la gracia que le causaba.
__ Para no perder estabilidad cuando corro por los tirantes o por encima de un tapial. Fuera de eso no sirve para nada.
__Es una cola hermosa - agregó Yelsomina.
__Tus plumas son hermosas-dijo la rata.
--“Diálogo de enamorados” pensó Dicky, para sí, y, dado que era muy peligroso que los vieran juntos, agregó:
__ Podrían verse aquí, debajo del laurel, atrás de mi cucha, si las gallinas te ven Yelsomina, se va a armar la gorda, y si las ratas lo ven a Llamilo pienso que también.
__ Yo tengo un amigo que sabe- dijo la rata- y siempre hace que mis compañeros vayan en otra dirección, así no me ven. Si nuestro líder se entera de esto mi destino sería muy feo.
__ Por eso- continuó Dicky-véanse aquí, así evitamos todos esos problemas, ya que yo tengo bastantes desde que empezó este asunto.
__ ¿Y si tu amo se da cuenta? - preguntó Llamilo- ¿ no vas a tener problemas con él si nos ve?
__Mientras se vean siempre de noche, no los va a ver- y entonces, al hablar, recordó otra vez a Pachi y sintió pena y rabia-, y además no me importa, ya estoy comiendo muy poco, así que no sé que otro castigo podría darme.
--Llamilo y Yelsomina se vieron entonces todas las noches, detrás de la cucha de Dicky, mientras éste vigilaba o dormía. Como Llamilo sabía si sus compañeros iban a intentar algo en el gallinero durante la noche, Dicky podía dormir tranquilo o esperar algún ruido para salir corriendo a espantar a esas sombras ligeras, casi imposibles de ver. Además, Llamilo le traía comida de las casas vecinas y Dicky no sufría tanto hambre.
__No es tan feo el queso- le dijo un día a la rata-, nunca lo había probado.
__Mañana voy a ver si te consigo un poco de carne picada, hay una chapa floja en la carnicería de la vuelta, se puede entrar por el techo.
__Tené cuidado-decía Yelsomina-a ver si te caés.
--Las noches pasaban, y Dicky empezó a extrañar mucho a Pachi. Hacía un montón de días y tardes que ese asunto de las ratas había empezado; ya no corría mariposas, no le ladraba a los gorriones, no intentaba morderse su propia cola, no salían de paseo con su amo. Estaba muy triste.
__No entiendo todo esto- le dijo un día a sus amigos-; las ratas necesitan vivir, y las gallinas también, y yo también. Ahora me doy cuenta para que estoy acá, en esta cucha, junto al gallinero. No es una vida hermosa. No sé que otra vida puede haber, pero ésta es horrible. Lo único bueno que le veo es que ustedes se hayan conocido y se quieran. Los envidio porque pueden verse y quererse. Pero yo hace mucho tiempo que no veo a mi novia. Ni siquiera sé si ella se acuerda de mí.
__Hay otra vida- le dijo Llamilo.
__ ¿Cuál?
--Y Llamilo le habló de lugares que Dicky desconocía por completo, o que apenas había visto, desde muy lejos: Le habló del ferrocarril, de los puentes, de las grandes extensiones de baldios y árboles solitarios donde no había cercos ni alambradas ni nada. Donde los perros andaban juntos de un lado al otro, libres, sin amos. Perros feos, sucios, salvajes, duros y fuertes.
__Es que yo nací en una veterinaria-explicó Dicky-, y después me trajeron acá. Fuera de Pachi no conozco a otros perros.



3

--A pesar de que Llamilo le había asegurado que esa noche no pasaría nada, el gallinero amaneció faltándole una segunda gallina. Yelsomina vino corriendo hasta la cucha de Dicky, muy impresionada a contarle. El Dicky escuchó con paciencia y miedo. Presintió que aquello era el inicio de toda una catástrofe.
--Antes del mediodía, Dicky estaba encadenado a su cucha, y le dolía el cuerpo. Su amo nunca lo había encadenado. Nunca antes le había pegado con un palo. Ahora, además, le había dicho que no comería en todo el día, y que no lo desataría hasta el siguiente. Luego el amo había salido de la casa, y, pasado un largo rato, regresó con un paquete al que luego de abrir, mostró a su perro, poniéndoselo en el hocico, diciéndole que eso era mucho más eficaz que él. El hombre entró al gallinero y dejó caer del paquete muchos pedacitos de algo color rojo, luego salió y entró a la casa sin volver a mirar al perro.
--Por la tarde,Yelsomina volvió junto al tejido.
__Dice el Gallo que es veneno, cositas rojas que matan ratas, veneno que ya el amo usó antes.
__Las ratas no van a comerlo-dijo Dicky.
__¡Sí!- insistió Yelsomina desesperada-, el Gallo dice que las ratas se lo llevan a la cueva y que ahí se lo comen, y después se mueren, sufriendo mucho.
--Ambos quedaron en silencio, observándose.
__Esta noche-dijo Dicky- cuando venga Llamilo le avisás.
__Pero si le aviso y se enteran las gallinas me matan.
__Y si no le avisás Llamilo se lo va a comer y se va a morir.
--Por la noche, Llamilo llegó y se enteró del veneno, sus bigotes descendieron lastimeramente, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
__Antes de venir para acá- explicó-unos compañeros míos estaban comiendo esos cositos colorados...
__Si decís algo- dijo Yelsomina- el gallinero se va a dar cuenta y van a empezar a hacer preguntas. A mí ya me preguntan por qué me acuesto tan tarde. No voy a poder seguir mintiendo mucho más.
__Y si no le aviso a mi amigo Berto se lo va a comer y se va a morir.
__No sigan discutiendo. Dijo Dicky.
--Pero Yelsomina y Llamilo ahora estaban trenzados en una filosa discusión.
__Si tus compañeros se enteran- decía la gallinita-van a seguir llevándose gallinas y pollos. Yo misma puedo ser una de esas.
__Y si se enteran que oculté la verdad del veneno- decía la rata- me van a desterrar, y no nos veremos más.
--La discusión no pudo seguir. Yelsomina empezó a llorar, y Llamilo muy dolorido, volvió a su cueva. Yelsomina estuvo llorando un momento junto al Dicky , y luego se fue a dormir.
--El Dicky cerró los ojos y soñó con la Plaza de Témperley y los árboles y Pachi corriendo junto a él.

4

--Antes de que el sol cubriera todas las cosas del parque, un movimiento brusco despertó a Dicky. El perro quiso incorporarse pero tenía la cadena enredada entre sus patas delanteras. Y al abrir los ojos vió frente a la cucha, a Llamilo. La rata estaba muy lastimada, tenía varias mordidas en el lomo, y, lleno de horror, Dicky vió que le faltaba la cola.
--Al ver que el Dicky había despertado, Llamilo dijo, con voz casi ineludible:
__Anoche llegué a la cueva y encontré a Berto a punto de comerse un cosito colorado. No pude evitarlo, salté y le grité que era veneno. Todos se dieron cuenta de que yo sabía la verdad. El líder me mordió y me arrancó la cola, y me condenó al destierro. Berto me quiso defender, pero le pedí que no se metiera, lo podrían desterrar a él también.
__ ¿Y que vas a hacer?-le preguntó Dicky- ¿La viste a Yelsomina?
__No, no la ví ni pienso verla. Me voy. Estoy desterrado. Estoy desterrado y es como estar muerto. Una rata sola, sin cola, no puede ir muy lejos.
__Pero quedáte conmigo, podés ver a Yelsomina por las noches, como siempre
__No, una rata desterrada es igual que nada, y una rata enamorada de una gallina sólo puede sufrir. Yo tampoco entiendo nada de esto, pero si así están las cosas. No puedo ser un lisiado, ¿qué podría darle a ella?, ¿ que podría darme ella a mí?
__Amor Llamilo, amor es lo que podrían darse.
__ ¿Amor?, ¿en medio de tanta muerte y odio?, ¡ mirá ¡- y señaló el tejido con su nariz inmensa y rosada.
--Dicky sintió un escalofrío de terror al mirar hacia el tejido, ya que en los alambres colgaban algunas ratas muertas en el instante de querer escapar hacia algún lado, presas del agudo dolor del veneno en sus estómagos. Dentro y fuera del gallinero había más ratas muertas.
__Lo único que me consuela- dijo Llamilo- es que Berto no comió veneno.
--Y dicho esto giró y desapareció velozmente en la incipiente claridad del amanecer. Dicky corrió hacia él, pero la extensión de la cadena marcó el final de su carrera. Estuvo llamándolo un rato en la oscuridad, sintiendo que una impotencia atroz ganaba sus entrañas. Y antes de que el sol saliera, regresó a su cucha a llorar.

5

--Por supuesto que Dicky tuvo que contarle todo esto a Yelsomina. La gallinita, desde entonces, anduvo sola y callada por los rincones del gallinero. Dicky no supo cómo consolarla, como hacerle sentir alguna esperanza de volver a ver a su amado, ya que él mismo sentía que Llamilo jamás regresaría. En los días que siguieron, pudo notarse que las ratas ya no molestaban tanto, y había un clima de fiesta general en el gallinero, ya que una gallina bataraza estaba empollando sus huevos y se esperaba con ansiedad el nacimiento. Yelsomina se dedicó entonces a comer muchísimo más de lo que comúnmente comía. Su plumaje adquirió un brillo reluciente y nuevo, su porte fue más digno y hermoso, todos la felicitaban y ella no respondía a las alabanzas, muda y con la mirada perdida, seguía comiendo, indiferente a todo piropo, a toda lisonja y comentario meloso. Hasta el grupo de gallitos empezó a murmurar por lo bajo que Yelsomina era bella. Una tarde el Gallo se acercó a la cucha y le preguntó a Dicky si sabía a qué se debía ese cambio en la gallinita que fuera tan fea.
__No sé- respondió Dicky, sin querer hablar más, aunque sentía una gran aprensión cada vez que la veía comer, una sensación nefasta, algo trágico que no podía definir. El Gallo, sorprendido por la parquedad del perro, volvió sobre sus pasos, decidido a no molestarlo más pensando que ese mal humor tenía mucho que ver con estar encadenado y sin comida.
--La intuición del Dicky no era equivocada. Cuando vió- aquella mañana- salir al amo de la casa y llevando en su mano un gran cuchillo, lo supo. Lo supo definitivamente y enseguida empezó a ladrar, pidiéndole a Yelsomina que se escondiera, que no hiciera esa locura. Pero la gallinita, lejos de atender estas indicaciones, avanzó decidida hacia las piernas del amo cuando éste entró al gallinero, y el amo dijo en voz alta que esa era una gallina espléndida para el horno. Y la tomó de las patas y salió del gallinero y delante de todos usó el cuchillo. Furioso, enardecido y dolorido, Dicky no dejaba de ladrar. El amo le gritó que era un perro loco y llevando el cuerpo colgante de Yelsomina en una mano, entró en la casa. Todas las gallinas estaban junto al tejido, sin poder creer todavía lo que acababa de suceder. En medio de sus lágrimas y sus quejidos, Dicky les gritó que no entendían nada. Luego se metió en la cucha y allí siguió llorando y maldiciendo. Por la noche, el Gallo se acercó y lo llamó.
__¿Qué pasa?- preguntó el perro, saliendo de la cucha.
__Nacieron los pollitos- dijo el Gallo-, todos están muy contentos, pero también estamos tristes por lo que pasó a Yelsomina.
--Sin mirarlo, Dicky contestó:
__Nadie tiene la culpa, sólo lo lamento por los pollitos, van a terminar como Yelsomina, o como nosotros, mirando todo sin entender nada.
--Y, dicho esto, volvió a entrar en la cucha.

6


--Dicky estaba seguro de haber escuchado un ruido. Salió de la cucha, y en la oscuridad de la noche, levantó bien sus orejas y contuvo la respiración. Si, ahora estaba otra vez, dentro del gallinero, algo se movía. Dicky dio varios pasos, hasta que la cadena quedó en tensión. De pronto hubo un revoloteo estrepitoso. Dedujo que eran las grandes alas del Gallo. Y enseguida otro, y otro. Y un chillido salvaje que lo hizo dar un paso atrás. ¡Los pollitos ¡ pensó, y ahora se escuchaba otra vez el batir de las alas del Gallo en la oscuridad, y de nuevo el chillido. El Gallo peleaba con las ratas. Dicky sabía que no podría hacer nada, no si las ratas eran muchas y el Gallo estaba solo. Desesperó. Empezó a tirar de la cadena, gimiendo y sintiendo el dolor del collar en su cuello. Finalmente dio tirones desesperados hacia delante, con la lengua afuera, agitado y furioso. Escuchó más chillidos. Más ratas. Y un cloqueo de desesperación y angustia. Tiró con más fuerza y quedó parado sobre sus patas traseras, tieso, impotente. No se escuchaban más las alas del Gallo, y ahora presentía un infinito corretear de patitas diminutas hacia el nidal de los pollitos. Cuando sintió que su collar se desabrochaba en un último tirón, Dicky salió disparado y entró al gallinero por la puerta trampa, y, en las penumbras cerradas del lugar, soltando baba por su boca abierta, corrió hacia el nidal. Ya las ratas lo habían visto y escapaban. Al claro que dejaba el tupido ramaje de los paraísos, Dicky vio el nidal y el Gallo a un costado, sobre el suelo. Intentando abrir la puerta del nidal con el hocico estaba una rata enorme. Cuando Dicky gruño, la rata viró y lo enfrentó.
__Perro imbécil-le dijo- no podés pelear con un líder.
__Dejá esa puerta- gruño Dicky. Dicky vió que la rata era quizá tan larga como el Gallo. Tenía largos y filosos dientes amarillos, y sus ojos eran rojos, agudos y brillantes. Se dejó sorprender. La rata atacó primero y lo mordió varias veces en la garganta. Dicky se revolcó en el suelo, rugiendo de rabia y en un sacudón, envió a la rata contra un costado, estrellándola contra la pared. Inmediatamente el líder volvió a enfrentarlo, y mientras Dicky buscaba de ofrecerle su ángulo de frente, la rata volvió a sorprenderlo, saltando hacia él pero sin elevarse, clavando sus dientes en el cuello y desgarrándolo con saña. Enloquecido de dolor Dicky volvió a girar en el suelo, y esta vez dio tal sacudón que tanto la rata como él se estrellaron contra la pared. Dicky quedó atontado. Al intentar abrir los ojos, vio que la rata venía hacia él y de improviso el Gallo saltaba desde atrás y caía sobre ella. Mientras Dicky lograba ponerse de pie, con angustia vio que la rata se deshacía del Gallo herido y volvía a morderlo en el cuello. El Gallo volvió a quedar en el suelo y el líder enfrentó al perro. Dicky sintió pánico de aquellos dientes ensangrentados, de aquellos ojos inyectados de muerte. Su muerte. Sintió algo que recorrió toda su piel, y sin pensarlo, encogió sus patas y rugió como nunca antes lo había hecho. Notó que el rostro del líder se transformaba, había temor en ese rostro, quizá porque su propio rostro había cambiado. La rata saltó y Dicky la tomó en el aire apretando sus mandíbulas fuertemente. Escuchó un chillido de furia y se enardeció, moviendo la cabeza de un lado a otro sin soltar la presa. Sintió que su saliva goteaba a cada movimiento, y le dolía el cuello a cada sacudón, hasta que las cuatro patas de la rata, que se habían clavado en su cabeza, se aflojaron. Soltó al líder con un último sacudón. La rata se deslizó un poco por el piso y quedó inmóvil. Agitado por el ardor del combate, Dicky saltó sobre ella y la remató.
--Solo cuando el Gallo reaccionó Dicky se tranquilizó.
__Estás muy lastimado- le dijo.
__Vos también-dijo el Gallo, y miró el cuerpo de la rata-. Ahora no tienen líder. Esta noche pelearán por elegir otro.
--Las gallinas y los gallitos se acercaron.
__Atiéndanlo-Dijo Dicky, por el Gallo- yo voy a sacar a esa rata de acá.


7

--Dicky despertó cuando una mano lo acariciaba. Era el amo. El amo lo acariciaba y lo felicitaba por su presa, por haber cazado esa rata tan grande que estaba tirada junto a la cucha. Dicky notó que tampoco estaba ya atado a la cadena. El amo tenía la cadena en su mano, y con la otra lo acariciaba, y le decía que finalmente había demostrado ser un buen perro. El amo se retiró y Dicky siguió durmiendo un poco más. Soñó con Pachi, la plaza, el sol y las mariposas que tanto hacía no perseguía. Después soñó con la pelea de la noche anterior, y los dientes brillantes del líder, y la desesperación de la muerte inmediata, la fuerza, el miedo. Volvió a despertar, bastante agitado en el momento en que su amo dejaba frente a él un plato lleno de huesos. Los restos del almuerzo. Los restos de Yelsomina. Dicky quedó mirándolos, paralizado, sorprendido, lleno de horror. Escuchó un crujido junto al gallinero y vió a su amo que encendía una fogata donde arrojaba las basuras que había en el fondo de la casa. Además de palos, tachos, cajas y otros desperdicios, el amo, tomó el cuerpo del líder por la cola y lo arrojó en la hoguera. En ese momento Dicky se irguió sobre sus cuatro patas y estuvo mirando el fuego durante largo rato. Tomó—o le pareció tomar entonces—conciencia real de que había sucedido; de lo que había vivido en la noche pasada: Había matado. Había dado muerte a otro animal. En ese instante recordó la sensación de pánico que le produjo la inminencia de su propia muerte, durante el combate, al ver los dientes del líder brillar en la noche, y sintió un escalofrío al darse cuenta, que el mismo había provocado lo que tanto temió en ese momento. Había peleado por primera vez, y por primera vez había ganado, y ganar significaba matar, quitar vida a lo que amenazaba su propia vida. Sintió placer por esto—ya que su instinto de defensa se había manifestado—pero en su interior lo quemaba un reclamo; y ese reclamo era lo que ardía en el fuego mientras él miraba: El líder. El líder que, cómo él, vivía la vida que tenía que vivir; vida que latía por si sola, sin justificarse en nada, sólo era que ambas vidas se habían cruzado, y, por una razón que Dicky no encontraba, solo una de aquellas vidas pudo quedar viva. La suya. Y ahora escuchaba el crujir del fuego y entendía que nunca había odiado a la rata, y a través de ese entendimiento sintió que la rata tampoco lo había odiado; “Perro imbécil, no podés pelear con un líder”, y esas palabras que antes escuchara en el fragor del combate, ahora caían en su alma con todo un peso inesperado y nuevo; no podía pelear con la rata y había peleado, y había ganado; era cierto que estaba muy resentido con el líder pues había desterrado a Llamilo luego de arrancarle su cola, pero, ese resentimiento estuvo ausente en el momento de vencer al líder;-- en el momento de vencer al líder—solo prevaleció un deseo: Matarlo. Matarlo porque tenía que matarlo. Y esa explicación no calmaba su ánimo. No pacificaba su alma. ¿Por qué tuvo que matar a quien no odiaba ni lo odiaba? Entoces amó a la rata. Amó sus desplazamientos en el combate y su soltura en el salto, su armonía de agilidad y fuerza, y, al amar en la rata las cualidades esenciales de la rata, pudo reconocer sus propias cualidades de perro, sus desplazamientos y saltos, sus músculos, su cuerpo propio y exclusivo. Un cuerpo vivo y en combate, tan vivo y en combate como el de la rata. Revivió la escena mentalmente y quedó fascinado.
--Entonces bajó los ojos y encontró el plato con los huesos de Yelsomina. A través de un conjunto intrincado de sensaciones, supo que tenía hambre y furia. Volcó el plato con el hocico y empujó los huesos hacía el laurel. Bajo el laurel hizo un pequeño pozo y allí enterró los huesos. Le pareció que era el mejor lugar. El lugar donde ella y Llamilo se habían amado.
--Los gallitos se acercaron al alambrado y quisieron hablarle, pero Dicky gruñó y todos volvieron bajo las chapas del gallinero. En ese momento, el amo entraba al lugar y se alegraba de que la gallina hubiese al fin concluido su obra. El amo decía que eran unos pollitos muy buenos y hermosos. Los pollitos gritaban mucho y lloraban. Ignoraban quien los miraba y tocaba. La gallina, molesta y sumisa, dejaba que la mano del hombre se deslizara y contara cuántos pollitos habían nacido.

8

--Esa tarde, el amo lo sacó a pasear por primera vez desde que las ratas llegaron. Vio a Pachi en la plaza y se sintió muy feliz. Pachi estaba hermosa. Dicky le preguntó varias veces si todavía lo quería, y ella le dijo que sí. Mientras sus amos conversaban, Dicky le contó a Pachi todos los sucesos de los últimos días. Necesitaba contarlo. Sin embargo, notó que Pachi escuchaba con atención, pero no lo dejaba progresar en su relato; ella no participaba, no preguntaba nada; solo le pedía que olvidara todas esas cosas feas que no lo dejaban vivir, toda esa historia de Yelsomina y Llamilo, la pelea, los pollitos, el hambre, los golpes, las privaciones, y que ahora pensara que estaban juntos y nada importaba. Era cierto, estaban juntos, pero Dicky necesitaba hablar de esas cosas, recostarse en ella y sentirse protegido por ella. Y ella reía y lo consolaba lamiéndole la cara varias veces y le decía que todo ese dolor que no los dejaba ser felices, que no los dejaba estar juntos. Pachi le dijo que lo amaba, y su dueño se la llevó, luego de dejarlos corretear por la plaza. Y en esto Dicky también se sintió distinto. -----Era como si no quisiera correr. Constantemente pensaba en el momento en que sus amos los separarían, asiendo a sus collares las correas y tirando de ellas en sentidos contrarios.
--Volvió con el amo a la casa, muy triste. Sin saber el porqué de su tristeza. El amo le quitó el collar y lo soltó en el parque. Había muchas mariposas. Y muchos gorriones saltaban volando de árbol en árbol. Dicky miró su cola. Su cola quieta, inmóvil. Nada de aquello era lo de antes. Caminó hacía la cucha. No entró en ella. Se durmió junto al laurel. Soñó con los gorriones, las mariposas, el líder.

9

--Fue al caer el sol de ese día que Llamilo volvió.
--Dicky lo vió saltar el tapial del vecino, con alguna dificultad, caer en el terreno del fondo y caminar hacía la cucha. Antes de que Llamilo llagara junto a él, Dicky ya estaba llorando. Llamilo se detuvo y observó las lágrimas del perro. En sus ojos de rata había una luz fatídica, un resplandor de cruel entendimiento. Sólo preguntó:
__ ¿Y Yelsomina, dónde está?
--Y fue él quien tuvo que contarle todo. Le contó la muerte de ella y la del líder. Sin querer—y sabiendo que a Llamilo no le interesaba—le contó también de Pachi, pues necesitaba contarlo. Y era Llamilo quien podía entenderlo. Dicky sabía que únicamente Llamilo podría compartir con él esas historias que, ahora, se dejaba recostar en el suelo y dejaba ver en su abdomen una profunda herida. Dicky desesperó. Le preguntó que podía hacer por él. Llamilo miró hacia el lugar donde estaban enterrados los restos de Yelsomina. Llorando, le contó al Dicky sus correrías de aquellos tiempos de destierro. El hambre. La imposibilidad de movilizarse bien debido a la falta de su cola. La caída desde el techo de un galpón sobre unas latas muy oxidadas y duras. El dolor y la impotencia. Caía el sol, y Llamilo dijo que tenía frío. Se levantaba un poco de viento. Dicky lo tomó con la boca y lo introdujo en la cucha. Le preguntó si quería comer algo. Llamilo dijo que no. Quedaron ambos en silencio y se hizo de noche.
--Ya sólo había sombras cerradas en el lugar, cuando Llamilo, con respiración entrecortada, explicó:
__Hoy supe que me moría. Entonces vi que nada podía impedir que volviera. Pensaba pelear con el líder si era necesario, ahora es inútil. Sólo quería volver e verla. Volver a besarla. Volver a sentirla, antes de morir, ya que mi herida así lo indica, entendí que lo mejor era hacer lo que mi corazón pedía.
--Dicky notó que le resultaba difícil hablar. Por instinto, lamió la herida de la rata, y lo acercó a su cuerpo moviendo suavemente el hocico.
__Supe algo que ignoré siempre__continuó Llamilo__; supe que mi vida no era vida sin ella, aun que los de mi raza me despreciaran, sin ella mi vida no era vida, y si había que morir, me dije: volvé y ámala. Porque entonces vi que la vida y amor verdaderos tienen sentido auténtico cuando te los niegan. El amor verdadero es verdadero cuando alguien o algo te lo niega. Cierto!!!
--Aun que sin fuerzas, Llamilo empezó a llorar.
__Dicky__ dijo__ ¿ sabes algo?, Yelsomina siempre me decía que no se explicaba porqué tenía alas si no podía volar, volar y saltar ese alambrado de gallinero volar y ser libre, volar y poder irse contigo.
__Decíme Dicky, ¿porqué las gallinas tienen alas si no pueden volar?, ¿porqué una rata y una gallina se enamoran si no pueden amarse?
--Quién responde. Tal vez un loco, pensó Dicky.
__No sé__respondió el perro llorando.
--Llamilo tuvo algunas convulsiones y cerró lo ojos. Luego se quedó dormido, muy junto al Dicky y acurrucado. Dicky estuvo lamiendo la herida de la rata, hasta que el mismo se durmió.
--La noche era completa, oscura y callada.

10

--Cuando despertó, Dicky supo que lo llamaban, fue lo primero que supo; lo segundo fue reconocer algo muy frío junto a su piel: era Llamilo. Llamilo quieto y frío y para siempre dormido. Dicky estuvo lamiendo el cuerpo de su amigo un largo rato, mientras lloraba y escuchaba que desde afuera el Gallo lo llamaba.
--Al salir de su cucha vio al Gallo junto a una rata. La rata dijo:
__Soy Berto. Soy el nuevo líder. El amigo de Llamilo.
--Sin ocultar su llanto,__ Dicky les contó que Llamilo estaba dentro de su cucha, muerto.
--A Berto se le llenaron los ojos de lágrimas. Pidió a Dicky que le contara, y Dicky le contó.
--Sobreponiéndose a su tristeza, Berto dijo:

__Nos vamos de este lugar; ya hay mucha tristeza y muerte aquí, como para que nadie pueda seguir viviendo como tiene que vivir, las gallinas ya lo saben.
--Entonces el Gallo dijo:
__Berto vino a verme y me explicó: se van ahora mismo. Ya no hay guerra a muerte entre las gallinas y las ratas, por lo menos hasta que vengan otras ratas. Berto no quiere que su gente muera aquí.
__No quiero que nadie muera como murió Llamilo, __dijo Berto.
__Murió a mi lado__agregó Dicky.
__No__corrigió Berto, murió antes, murió cuando el antiguo líder lo desterró y lo inutilizó, cuando lo condenó a la soledad, las ratas no podemos vivir solas. En realidad, nadie puede vivir solo. Lo mejor que le pudo ocurrir a Llamilo desde su destierro, fue morir al lado de su amigo. Yo sé como vos los ayudaste a él y a Yelsomina. Pero, más no podemos hacer nosotros en este mundo de hombres.
--Dicky quedó pensativo. De pronto se vio cavando en el lugar donde enterrara los huesos de Yelsomina; el Gallo y Berto lo ayudaban. Berto y el Gallo lo ayudaron a colocar en la fosa el cuerpo de Llamilo. Dicky, Berto y el Gallo taparon con tierra el pozo, cuidadosamente.
--Luego, sobreponiéndose a su llanto, que ya era incontenible, Berto se despidió, diciendo:
__Llegamos aquí sin desear nada de esto, y nos vamos sin saber cómo hacer para olvidarlo. Era mi único amigo, y está muerto.
--Entonces giró y entró al gallinero y luego se metió en uno de los agujeros que comunicaban con las galerías subterráneas.
--Antes de despedirse, el Gallo dijo:
__A pesar de haber arriesgado mi vida como la arriesgué anoche por los pollitos, no estoy contento. Es la primera vez que nacen pollitos en el gallinero y estoy triste.__¿Qué descubrió el Gallo?.
--Y así entró al gallinero y caminó hacia los nidos donde las gallinas picoteaban en el suelo.
--Dicky entró en la cucha y cerró los ojos. Se durmió. No tuvo sueños que recordar. ¿No quiso recordar?.

11

Esa tarde Dicky dormitaba al sol, sin pensar y con la mirada extraviada en las ramas de los altos paraísos. Sintió que la puerta del fondo se abría y miró. El hombre venía hacia él, sonriente, con la cadena y el collar de paseo en las manos. Sin levantarse, arrastrándose hacia atrás con desesperación, Dicky gruño y le mostró los dientes. El hombre se detuvo, sorprendido. Al ver que se detenía, el Dicky se puso de pie y gruñó más fuerte. Ahora enojado, el amo lo amenazó y le preguntó, por qué le gruñía. Cuando el hombre dio un paso hacia él, Dicky encorvó el lomo y abrió más sus patas, dispuesto a saltar si las distancias se achicaban. Aún así el hombre llegó frente a él y movió la mano con el collar. La reacción de Dicky fue instintiva, impulsada por un látigo interior de rebeldía y furia, la boca mordió la mano del hombre y el collar cayó, el hombre dio un grito; Dicky soltó y giró en torno a el como si girase en torno al líder de las ratas. El amo trató de patearlo dos veces, pero Dicky esquivaba y pasaba por debajo de sus piernas en el momento justo. Entonces el amo entró en la casa y volvió a salir, enfurecido, con un grueso palo y la cara muy cambiada; le dijo que lo iba a matar, que era un perro loco, al verlo venir con el palo levantado, Dicky sintió que iba a morir y saltó al cuello del hombre. Hubo un chasquido en todo su cuerpo y por un instante perdió la vista y supo que estaba en el suelo, y, al abrir los ojos vio que el amo se disponía a descargar otro golpe sobre él. Dicky corrió hacia el gallinero y entró por la puerta trampa. Se escondió bajo las chapas y los nidales. Temblando de dolor y furia. El hombre estaba en el gallinero y buscaba de pasar bajo las chapas para seguir pegándole.
--De improviso, todas las gallinas se agitaron y empezaron a saltar de un lado a otro en el reducido espacio donde el hombre pretendía entrar. El amo maldijo muchas veces y les pedía que se callaran y no podía pasar en medio de ese muro vivo de plumas, patas y alas que constantemente iban de un lado hacia el otro y volvían a saltar y a molestarlo.
--Finalmente el hombre se tranquilizó y desistió de entrar en los nidales. Insultó a Dicky, amenazándolo, le dijo que lo iba a matar, y salió del gallinero.
--El Gallo se acercó al Dicky y le preguntó cómo se sentía. Dicky miraba ahora su muslo trasero; tenía un fuerte dolor allí donde el palo había golpeado. No podía mover bien esa pata. El Gallo le dijo que se quedara quieto y se le pasaría. Dicky les agradeció la ayuda. Se sentía muy cansado. Muy dolorido. Estuvo durmiendo de a ratos, hasta que llegó la noche y en el arrullo de las gallinas, el piar de los pollitos y la frescura del lugar a oscuras, pudo dormir profundamente. Y soñó con luces imprecisas sobre grandes extensiones y lugares que jamás había visto. Y Llamilo sonriente que le enseñaba a caminar sobre los tirantes y los tapiales de otras casas.

12

__¿Qué hacés levantado?__ le preguntó el Gallo.
--Dicky estaba sentado al claro que dejaban las ramas de los árboles, en mitad del gallinero. Se volvió y miró a su amigo.
__Me voy, Gallo, antes de que salga el sol. Me voy.
--El Gallo no dijo nada, bajó los ojos y rascó un poco el suelo con su pata.
__Es cierto, si te quedás, el amo mañana te mata.
__Los hombres son malvados__dijo Dicky__, me han hecho pasar hambre, me han golpeado, me hicieron matar, mataron a mis amigos..
__Es el único hombre que conocés; no todos los hombres son así.
__ ¿Estás seguro?, si los hombres son capaces de hacer cositos colorados para matar ratas, ¿ no son capaces también de hacer lo mismo entre ellos?
__Eso no lo sé__contestó el Gallo.
--Y luego preguntó:
__¿Te duele la pata?
__Me molesta mucho, pero puedo andar.
--Hubo silencio. Un silencio de despedida. El Gallo no dijo nada.
__Chau, Gallo; deseo que tengan suerte.
__Chau, Dicky; espero que vos también; cuídate.
__Sós un Gallo valiente.
__Sólo soy un Gallo, un gallo valiente de gallinero.
--Dicky salió por la puerta trampa y caminó hacia el parque de la casa. Allí buscó en el cerco de ligustrina que daba a la calle, un lugar donde cavar por debajo del alambrado. A medida que rascaba en la tierra iba adquiriendo una fuerza inesperada y justa. Pronto pudo pasar la cabeza por debajo del alambre, y cuando hubo cavado un poco más hondo, el lomo y finalmente todo el cuerpo. Cuando estuvo en la calle, le pareció increíble que aquello hubiese sido tan fácil. Podría haber hecho eso mucho antes. ¿Por qué no lo había intentado antes? No tuvo tiempo de responderse. Estaba caminando hacia la casa de Pachi.
--Llegó junto al cerco de madera y la llamó. Llamó varias veces hasta que ella vino, sorprendida, recién despierta, hermosa.
--Dicky le contó toda la historia. Lloró. Le dijo que la amaba. Que era muy fácil para ella saltar sobre el pilar y luego pasar sobre las maderas. Que se fueran juntos. Y entonces Dicky notó en ella un cambio general. Algo que detuvo su propio corazón y lo hizo callar. Se miraron en silencio, hasta que Pachi retiró la mirada, y dijo:
__Yo no me voy, Dicky. Te quiero mucho, pero no quiero vivir como los perros vagabundos. No quiero que mis hijos se críen en la calle, que nazcan en la calle, desprotegidos, hambrientos, sucios, salvajes. Eso es horrible.
__Tenés razón –dijo él-: Es menos horrible que nazcan en una veterinaria, como nacimos nosotros, y se críen allí hasta que venga un hombre y se los lleve. ¿Vos recordás a tu mamá?
--Pachi no contestó.
__Yo tampoco sé como era mi mamá. No me acuerdo. Lo único que recuerdo es lo que viví en esa casa. Yo no quiero que mis hijos vivan así. Quiero ser libre y morir en una vía.. Quiero ser libre y que nadie jamás me ponga un collar al cuello.
--Volvieron a quedar callados.
__Te quiero, Dicky, pero no me pidas que abandone esto. Me moriría.
__Yo ya estoy muerto, Pachi, por eso me voy, quiero salvarme y salvarte. Te quiero y te pido que estemos juntos.
--Pachi se puso furiosa, dijo que todo era culpa de esas ratas y esa gallina imbécil que se había enamorado de Llamilo. Indignado, Dicky la interrumpió:
__No es culpa de nadie; el amor no es una culpa, la única culpa que puede traer el amor es ignorarlo.
__Así y todo –concluyó Pachi- yo me quedo.
--Aunque estaba lleno de dolor por lo que escuchaba, Dicky sentía que las cosas así eran como tenían que ser. Y en medio de su desesperación, antes de irse dijo:
__Y está bien: Sós tan libre que hasta podés elegir no serlo.
--Dicky no volvió a mirar hacia atrás- Corrió por las calles todavía en sombras, cruzó la plaza, llegó a las vías y corrió hacia los puentes y los baldíos lejanos. Y a medida que corría sentía el dolor de su pata trasera que iba transformándose en un ahogo que le llenaba el pecho y se revolvía dentro de él. Hasta que esa sensación se transformó, mientras corría, en un ladrido distinto y profundo. Era un aullido casi. Una expresión que le erizaba los pelos de todo el cuerpo y le hacía abrir mucho los ojos y ver que el cielo empezaba a clarear. Y después del aullido vino el sol completo y amarillo y el nuevo día que lo encontró al sol, descansando y con la lengua afuera.
13

En los primeros días Dicky no se atrevió a acercarse a los grupos de perros que vagaban por las vías. Aprendió a robar comida y a esconderse. La suerte –buena o mala- quiso que en el primer grupo de perros al que se acercó encontrara una perrita de la que se enamoró enseguida y por la que tuvo que pelearse con el jefe de aquellos perros vagabundos. El perro lo enfrentó francamente y Dicky peleó ofreciendo su costado en un giro y abruptamente en otro hasta dar el salto y la mordida, como el líder había hecho con él aquella noche en el gallinero. El otro perro se dio por vencido y abandonó el grupo a la carrera. La perra se llamaba Yuti. Se quisieron mucho y tuvieron muchos perritos, todos ellos negros y blancos, a excepción de uno solo que heredó el pelaje color café con leche del Dicky. A éste le pusieron Llamilo y Yelsomina a la única perrita del grupo de hermanos.
--Como jefe del grupo, Dicky cambiaba de lugar muy frecuentemente.
--Recorrieron muchos terrenos, muchas arboledas y muchos barrios. A todos sus hijos les contó la historia de la rata y la gallinita. Y les enseñó a aullar cuando llegara el amanecer, porque era su homenaje a la libertad y al recuerdo de Llamilo y Yelsomina. Con el tiempo, una desgracia privó a Dicky de su compañera. La jauría escapaba esa tarde de la perrera. Yuti se retrasó pues llevaba a uno de sus nuevos hijitos en la boca y se le había caído y regresó sobre sus pasos para buscarlo. Se la llevaron, a ella y al cachorro. Dicky quedó muy triste y desesperado. Sólo consiguió volver a sonreír cuando vió a sus nietos jugar en los campos, ladrándole a los gorriones insolentes, persiguiendo mariposas, intentando morderse sus propias colas y quedando luego exhaustos, con la lengüita afuera. Entonces le dijo a su hijo Llamilo que le enseñara a sus propios hijos el aullido del amanecer. Y Yelsomina hizo lo propio con sus cachorros. Yelsomina también se fue una noche, con su compañero que prefería tomar otros rumbos y conocer otros lugares.
--Una vez apareció un perro enorme y agresivo. En ese entonces Llamilo era el jefe del grupo y Dicky sólo le indicaba adónde podían ir o quedarse. El intruso desafió a Llamilo por el liderazgo. Pelearon y Llamilo cayó al suelo muy lastimado. El nuevo perro gritó su victoria y ninguno de los otros dijo nada. Entonces Dicky dejó a sus nietos y a sus bisnietos y se paró frente a él. El perro le gruñó, desafiándolo, y Dicky le dijo:
__Perro imbécil, no podés pelear con un viejo.
--En el momento en que el otro avanzó, Dicky supo que su técnica anterior no le serviría. Ya su cuerpo no respondería a tanto grito y saltó sin desfallecer. Enfrentó al intruso como nunca lo había hecho. Ambos de pie sobre sus patas traseras, formaban un triángulo de furia, confusión y muerte. Dicky mordió el cuello, como el líder le había enseñado, y, en el tirón, sintió que el otro aflojaba y que él caía. Cuando se levantaron y se miraron, Dicky encorvó su cuerpo y mostró sus dientes manchados con sangre. El intruso dio media vuelta y huyó por el campo.
Dicky se dejó caer y empezó a lamer su pata trasera. Cuando Llamilo, ya recuperado, se acercó, Dicky le dijo:
__Es la vieja herida del hombre, que al fin me traicionó y al hacer el esfuerzo se partió. No volveré a caminar. El otro no se dio cuenta, por suerte, pero era demasiado joven para darse cuenta, y yo demasiado viejo como para no saber que no sabría darse cuenta.
--A pesar del llanto de sus nietos y bisnietos, y el de su propio hijo, Dicky les ordenó que siguieran camino. El ahora no servía y la jauría no podía cuidarlo. Ahora lo cuidaría la noche, el sol. Hasta que pasara algún hombre y lo rematara. Finalmente, Llamilo indicó a los perros que fueran yendo, y él fue el último en despedirse de su padre.
__No olviden el amanecer –dijo Dicky.
--Los vio perderse entre los pastizales, y volver a aparecer, puntitos muy lejanos, allá donde el sol moría.
--Se arrastró por el suelo y entre los pastos hasta el borde de una vía. Allí tendió su cuerpo viejo y escuchó los rumores de la noche inminente. Noche del lugar. Su noche. Un sonido conocido lo sorprendió cuando ya oscurecía. Un corretear miedoso, indeciso, expectante. Eran las ratas del lugar. Sonrió. Ellas esperaban que la vida se retirara de él. Luego vendrían. Entendió que eso también era una ley de la libertad y se sintió muy agradecido. Sintió que él mismo era ley de libertad. Supo que su vida misma había sido esa ley y lágrimas de emoción llenaron sus ojos.
__Un momento más –susurró, mirando hacia la oscuridad del campo-; un momento más, amigas mías, y seremos libres y vendrán a mí y yo me iré con los que tanto he amado. Un momento más, amigas mías...
--Y fue noche cerrada y perfumada de campo y silencio.
--Y en las noches que terminan, en los claros luminosos del amanecer anunciado, se escucha en los campos un grito profundo, lejano y eterno.


Sergio Andrés Schiavini
Lomas de Zamora
Sábado 12, Domingo 13, Viernes 25 y Sábado 26 de octubre de 1985.

Dicky era el perro de mi madre, ya estaba en la casa vieja, cuando yo nací, y también cuando llegó mi hermano; el existió, el gallinero, el laurel, el parque y el fondo también, pero Dicky tuvo una buena y hermosa vida y fue querido por todos, solo quise escribir una historia increíble, donde él fuera el protagonista, éste cuento está dedicado a ese perro fiel que alegró mi niñez, y a Yelsomina, una ratita blanca que con sus ojos y cola colorada, también fue nuestra mascota, y nos acompañó en nuestra adolescencia. Y a todos los gatos y animales que supimos tener.
A ellos con cariño. Sergio




Sergio Andrés Schiavini, nació en Témperley el 18 de Abril de 1959, vino al mundo en una casa vieja y amorosa, como dice èl en sus poemas, allí aprendió a querer a los animales que su madre tenía, luego viajaron al exterior, he hizo su primaria, junto a su hermano en el Colegio Antonio Raimondi de Lima-Perú-durante varios años volvía a esa vieja casa a jugar con Dicky y los demás animales que quedaron allí, cuando regresaron al país comenzó su secundaría en el Colegio Manuel Belgrano de Témperley, adonde entró su hermano también, se recibieron los dos, Sergio estudió Literatura en la Universidad Católica, pero abandonó la carrera, porqué según él, ya sabía todo lo que le enseñaban, se recibió de Perito agrónomo en la Universidad de Lomas de Zamora, fue preceptor y profesor en la escuela granja San José de San Vicente, cuando se casó en la Confitería Dalí, decidieron irse a vivir a Trelew, allí compró un terreno en el pueblito galés de Gaiman, había comenzado a hacerse su casa, donde pensaba vivir , escribiendo, rodeado de perros, gatos, caballos, gallinas y demás animales y también tener su propia huerta. Desgraciadamente una cruel enfermedad se le manifestó y tuvo que viajar a Buenos Aires para tratarse en el Hospital de Clínicas. La artritis reumatoídea deformante, ya le había atacado pies y manos y solo tenía 30 años. Comenzó su tratamiento y sufrió mucho al igual que sus seres queridos. Se separó de su esposa y volvió a la casa paterna, el 29 de Mayo de 1991, en la Confitería “DALI”, lugar muy querido por él, fue asesinado cuando quedó en medio de un tiroteo entre policías y ladrones, ni los unos, ni los otros respetaron su derecho a la vida. Los delincuentes lo tomaron como rehén y lo usaron como escudo humano y los policías, casi 40 efectivos, los mismos que debían cuidarlo, lo mataron. Y no pudo cumplir su sueño. Cuando lo asesinaron tenía 32 años Su madre viene luchando desde ese momento para llegar a la verdad y la justicia que no obtuvo en este país. El caso fue declarado admisible en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA en Washington. Y el Estado Argentino aceptó la responsabilidad del hecho.
COFAVI “Comisión de Familiares de Víctimas Indefensas de la Violencia Social”-policial judicial e institucional, Organización fundada por su madre y otras 3 personas lleva adelante una penosa tarea para evitar que sigan matando a niños, adolescentes y jóvenes inocentes en democracia. Ni los unos, ni los otros han dejado de hacerlo. Sergio fue el primer rehén asesinado en democracia y el primer caso que tuvo repercusión nacional e internacional debido a la tenacidad y fortaleza de su madre y a la ayuda que su hermano realiza para que ésta pueda seguir adelante con este trabajo voluntario. Su hermano es Dr. en Biología Marina, es un científico renombrado y también vive lejos, aunque están juntos en el dolor.


Para contactarse con su madre, María Teresa Schnack de Schiavini
—tel 4704-9036--celular1565367574
Emails part- teteiva@fibertel.com.ar
Emails Organización: cofavi@derechos.org
Página web: www.cofavi.org.ar
Páginas donde se encuentra el trabajo de Sergio:
http://www.sergioschiavini,org.ar/
http://www.writers-for-peace.it/ de Italia.
al entrar ir a casos o cases y a letters y buscar el nombre de su mamá.
http://www.temperleyweb.com.ar/
al entrar ir a galería de arte y buscar poesías y su nombre.

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